miércoles, 16 de septiembre de 2015

“TRABAJA MUY BIEN”

 

A diferencia de lo que ocurre con la música, el común de los mortales desecha los géneros en el cine mientras se limita a glorificar a los cineastas en boga

 




Los géneros son una clasificación. Una guía que anticipa el camino que se va a recorrer. Tanto las artes como otros ámbitos cotidianos los utilizan como clasificación aunque en ocasiones excedan esa utilidad primaria para alcanzar categoría dogmática. Es el caso del cine, disciplina que ha trazado unos parámetros férreos aunque, a su vez, susceptibles de ser reinterpretados. Hay que conocer las reglas para poder saltárselas.

Sin embargo, pese a la relevancia de los géneros en el séptimo arte, son minoría las personas que se dejan aconsejar por ellos. Más allá de los que, a lo largo de su gestación, se han dirigido de nuevo a minorías como el terror o el western, estas categorías son obviadas con asiduidad por el espectador medio. Un fenómeno que he podido vivir en primera persona cuando se me pregunta acerca de la última película que he visto al conocer que escribo un blog sobre el tema. “La última seducción’ (John Dahl), Cold in july (Jim Mickle), En la boca del miedo (Carpenter)…”, respondo. “¿Y la última de Terrence Malick (o Haneke o Lars Von Trier)?”. “No la he visto”, suele ser mi respuesta. En un universo tan amplio como el cinematográfico y con la multitud de soportes existentes la oferta es infinita, así que si me gusta la morcilla frita con alegrías y dispongo de ella y de sus primas hermanas, ¿por qué he de probar la esferificación de membrillo con aroma de arenque y algas nori? En ocasiones lo hago por militancia pero suele constituirse en un esfuerzo carente de recompensa.



Está muy bien ser una persona abierta, con amplitud de miras. Yo no lo soy. Lo he sido en el pasado pero la experiencia me ha enseñado que aciertas nueve de cada diez si eliges lo que te atrae en un principio. Por eso no voy a la ópera ni escucho reggaeton, apenas veo dramas y en contadas ocasiones he ido a un restaurante de alta cocina. Una discriminación, por cierto, más que aceptada en la música donde está es común que a alguien le guste el punk y deteste el jazz. En cine es sacrilegio.



Todo esto es relativo, ya que los clásicos por algo lo son y pese a este alegato del género que puede implicar una depreciación del virtuosismo, reconozco que mis directores favoritos son Hitchcock y Wilder aunque disfrute como una bestia con realizadores más terrenales como Cronnenberg -quizá éste no tanto-, McTiernan o Kevin Smith. Y es que hasta Sid Vicious disfrutaría de un concierto de Marcus Miller. A lo que me refiero es que muy probablemente el espectador medio no aprecie el apego al género de acción de Terence Young, la soltura con la que se maneja en la comedia Evan Goldberg , el dominio del tempo de Fincher, la poesía de Wes Anderson o la cara de malo de Herbert Lom. Se limitará a decir: “Trabaja muy bien”.

martes, 21 de julio de 2015

BREVE HISTORIA CINEMATOGRÁFICA DE LA NOMENCLATURA ABSURDA


Michael Copon, Tobias Moretti o Cocodrilo Jones conforman la cima de este ensayo sobre la relatividad del ridículo cimentado en alteraciones previas con un sentido comercial como las llevadas a cabo por Margarita Carmen Cansino Hayworth o Walter Matuschanskayasky




Wilde ya barruntó en el siglo XIX la envergadura del apelativo a través de la suplantación de la personalidad. Algunos le hicieron caso, otros no. Se dice en los mentideros futbolísticos que Kaka estuvo a un pelo de fichar por el Madrid en su irrupción deportiva. Estas mismas fuentes aseguran que fue Florentino Pérez quien canceló la operación por lo cacofónico -nunca más acertado- del apelativo del brasileño. Más tarde rectificaría con éxito dudoso, pero como diría Lou Jacobi (Moustache) en Irma, la dulce (1963) “eso, ya es otra historia”. No es rumor, ya que puede comprobarse fácilmente, el cambio de rumbo llevado a cabo por la firma automovilística Mitsubishi con uno de sus modelos más exitosos. Bautizado de la siguiente forma debido a su inspiración en el leopardus pajeros, el Pajero hubo de redenominarse Montero en los países hispanohablantes y USA por motivos evidentes.

Aunque cada vez menos, el verano es escaso en estrenos cinematográficos, de ahí la proliferación de artículos y post tan intrascendentes y lúcidos como éste. Pura esencia estival. Y es que el séptimo arte se ve, asimismo, salpicado de jocosas nomenclaturas que alegran a uno -lo justo- el metraje más coñazo o, al menos, le surten de un material que habita el limbo que separa la memez de los perspicaz.



Y es que el ámbito cinematográfico guarda brillantes denominaciones que parecen sacadas de la escena pornográfica. Más allá de juegos de palabras preconcebidos como el Gaylord Focker (o Gaylo Follen) de Los padres de él (2004) y ella (2000) o el más inspirado diálogo de presentación del mayordomo Benson Señora en Un cadáver a los postres (1976), existen ejemplos que parecen diseñados ex profeso para sobremesas cannábicas.

Quizás en este escenario tenga un lugar destacado Tobias Moretti, actor austriaco de madre italiana, conocido por su papel coprotagonista junto al perro Rex, un policía diferente (1994). Referentaco. No le va a la zaga Michael Copon. Habitual de series como Power Rangers (1993) o One tree hill (2003), a Copon le queda un trecho para ganarse el respeto de la profesión.

No se puede decir lo mismo de Bill Condon, autor de Dioses y monstruos (1998), precursor de la saga Crepúsculo y responsable de la inminente Mr. Holmes (2015) sobre el agitado retiro de Sherlock. Su apellido (condon se dice igual en inglés) no le ha supuesta mofa alguna y decidió mantenerlo con entereza para la masa. Tres cuartos de lo mismo ha sucedido con Eduardo Chapero-Jackson (Verbo, 2011) quien ha debido aclarar en más de una ocasión que su apelativo no es un nombre artístico.



Mis más sinceros respetos para quienes no capitularon ante los requerimientos más superfluos de la industria y decidieron mantener las muescas que su estirpe dibujó en el DNI. No lo vieron de tal forma auténticos iconos como Norma Jeane Mortenson o Marilyn Monroe, Demetria Gene Guynes o Demmy Moore, Allan Stewart Königsberg o Woody Allen, William Henry Pratt o Boris Karloff, Krishna Banji o Ben Kingsley, Jennifer Annasstakis o Jennifer Anniston, Walter Matuschanskayasky o Walter Matthau, Carlos Ray o Chuck Norris… Hay quien pretende recuperar sus raíces como Charlie Sheen quien aparece como Carlos Esteves en algún los créditos de algún trabajo reciente. Y quien lo hizo por imposición en la práctica como Michael Keaton, Michael Douglas en realidad. Incluso ésta quien, en un ejercicio de independencia, renuncio a la nobleza cinematográfica para labrarse un camino propio como Nicolas Kim Coppola o Nicolas Cage.

Tras este sinsentido veraniego de estupideces cinematográficas, me permito cerrar el post con la más garbosa que me he encontrado en los últimos tiempos: Cocodrilo Jones: el hijo de Indiana Dundee (1990). Cine filipino de alta alcurnia que acoge títulos con astutos malabarismos polilingüísticos como Super Wan-Tu-Tri (1985). Si alguien las ve, que me avise.

jueves, 21 de mayo de 2015



NUEVOS TIEMPOS, VIEJOS HÉROES

Como en 'Los Vengadores' o 'Mad Max', la industria recupera los héroes de la infancia para el público actual en films cimentados sobre una consistencia cada día más habitual



Si hace un par de semanas la cartelera acogía con regocijo el estreno de la segunda parte de Los Vengadores que saludaba la prensa especializada, la pasada era la cuarta entrega de la saga wetern post-apocalíptica Mad Max la que irrumpía con estruendo mediático y loas críticas en las salas. Ambas son la avanzadilla de una tendencia imperante desde hace no tanto y que se ampliará durante el presente curso. 
 
Las productoras se han percatado de que los niños que disfrutaban leyendo cómics, jugando con G.I. Joes y Masters del Universo o que alquilaban sin prejuicio alguno películas de la Canon demandan un cine pulp de calidad. Sumemos a la ecuación un alto poder adquisitivo destinado -en un también alto porcentaje- a divertimentos vacuos como éstos. El silogismo termina en una nueva vanguardia instalada en el cine de acción adolescente y bien barnizada para estos eternos teenagers



No obstante habría que reconsiderar la vacuidad de estos trabajos que son cada día mejor recibidos por la crítica. Ese buen recibimiento se sustenta en historias realmente sólidas embutidas en trajes de latex. Star Wars (1977) o los Batman  (1989) de Burton iniciaron una senda por la que caminaban prácticamente en solitario. Hoy es caravana.

Por ello y para regocijo de la vasta comunidad de lo que entendemos por frikis (todo hijo de vecino tiene alguna debilidad al respecto, la verdad), el presente 2015 traerá la nueva saga de Star Wars firmada por J.J. Abrams, los dinosaurios volverán a ponerse de moda con Jurassic World, Mendes y Daniel Craig podrían decir adiós a la saga Bond con Spectre y a nadie extrañaría que Cruise hiciera lo mismo con Misión imposible: Nación secreta. Tras su digno regreso a la gran pantalla -quien lo diría- Schwarznegger recupera el papel que le aupó al estrellato en un nuevo alarde de contención interpretativa con Terminator Génesis. Marvel Studios ampliará su universo en celuloide con Ant-Man mientras que otro grupo de superhéroes de la misma editorial lo hará a través de 20 Century Fox por problemas de derechos con el reboot de Los cuatro fantásticos.




DE MARVEL A BRUGUERA
En España no se ha obviado esta tendencia que se atacará con la traslación a las salas de un Anacleto: agente secreto cuyo trailer pinta mejor de lo que cabría esperar y promete una españolización de esta nueva usanza. Años tarde, amén de excepciones mal traídas como Mortadelo y Filemón (2003), tal y como es costumbre en este país que cabalga aún rezagado en materia cinematográfica y cuyos talentos emigran con celeridad por mucho que la industria se vanaglorie por un par de pelotazos en taquilla.


martes, 28 de octubre de 2014

DELIRIO TITULADO


Aunque sea cada vez menos habitual, la distribución internacional se ha meado en la titulación original anglosajona con reiteración y ejemplos surrealistas
 
 
 
El mediocre -antes nulo- nivel de inglés del común de la ciudadanía patria, lógicamente, viene de épocas pretéritas y tiene un efecto colateral que atañe al cine. Para muchos, más que consecuencia es causa ya que otros países se han apoyado, además de en un sistema educativo más lógico y práctico en cuestión de idiomas, en el cine en versión original para practicar su inglés.

Como todos sabemos eso nunca ha pasado por estos parajes. La españolización del producto audiovisual foráneo va desde la chiquitización de El príncipe de Bel Air (1990) hasta la mención de “Julito Iglesias” en Top Secret (1984). Pero sin duda la quintaesencia del descojono estatal en este sentido se encuentra en la titulación. Aviso de que nadie pregunte a un anglosajón por Something to remenber, Algo para recordar (1993). En realidad se titula Sleepless in Seattle, algo así como Insomnio en Seattle para los menos instruidos en la lengua de Miley Cirus. North by Northwest o Con la muerte en los talones (1959); Rosemary’s baby o La semilla del diablo (1968); El Templo del oro o Firewalker (1986); alusiones vernáculas recientes como en Todo sobre mi desmadre o Get him in the Geek (2010); malabares semánticas como Este muerto está muy vivo, Bernie´s weekend (1989); alteraciones desconcertantes como Dr. Strangelove o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964); tocadas de huevos de los responsables como en Knight & day o Noche y día (2010) -juego de palabras entre caballero, knight, y noche, night, que se solucionó por la tangente. A tomar por culo-; tácticas marketinianas para añadir cachondeo al tema como en La salchicha peleona o Beverly Hills Ninja (1997); o traducciones que pierden sentido al continuar la saga como en La jungla de cristal o Die hard (1988).

 
 
 

Asimismo, se ha configurado un subgénero de la rima, habitualmente destinado al público infantil y adolescente -mucho más proclives a una jocosa recepción de estos astutos guiños-, que tienen en Un canguro superduro, The pacifier (2005); Dos colgaos muy fumaos, Harold & Kumar go to WhiteCastle (2004); y Soñando, soñando… triunfé patinando, Ice princess (2005) algunos de sus referentes.

 

'SPAIN IS NOT SO DIFFERENT'

No obstante, si bien es cierto que muchos países han consumido cine en versión original y, en consecuencia, no traducían los títulos, existen otros que compiten con España en cuanto a este delirio titulado. Al parecer, en un spoiler de libro, los portugueses titularon Psicosis (1960) como La madre era él o El planeta de los simios (1968) como El hombre que vino del futuro. Los finlandeses siguieron, años más tarde esa corriente con Rita Hayworth es la clave para escapar o Cadena perpetua (1994). Se le concede el atenuante de que la novela original de Stephen King es Rita Hayworth and the Shawsank redemption.

 

En realidad, diversas webs aseguran que las latitudes donde de verdad se regocijan en esta disciplina son orientales. Los tailandeses se quedaron bien a gusto con Mi amor verdadero sufrirá cualquier situación indignante, Algo pasa con Mary (1998). Pero si hay una civilización que se ha pasado por el forro el concepto de titulación yankee –y general, en realidad- consistente en títulos cortos y directos es la china.

Parece ser que en la cuna de Mao Tse-Tung lo prefieren mascadito. Y bien explícito. De hay que Leaving Las Vegas (1995) se llame Estoy borracho y tú eres una prostituta; Babe, el cerdito valiente, El feliz algún día será comida que habla y resuelve un problema agrario (1995) o Batman &Robin (1997) –hablo de la indispensable obra de Joel Schumacher- Guapo, vente a mi cueva y ponte esta braguita de goma. Acojonante. Los autores de estos posts, publicados en sites de prestigio como 20minutos o Terra, juran por su madre que es cierto y, en ocasiones, uno prefiere creerse estos chascarrillos irrelevantes antes que verse decepcionado por la sobria realidad tras una breve investigación 2.0.

jueves, 4 de septiembre de 2014


ARENA EN EL REPRODUCTOR

Como en el amor veraniego, la época estival demanda un cine intenso y efímero, de luminoso recuerdo. Cintas como 'Este muerto está muy vivo', 'Juerga tropical', 'Los Goonies' o 'Tiburón' cimentan este pseudogénero

 


Playas infestadas de bronceados fugaces y temerarios, terrazas plagadas de cocktails con sombrillita, tardes encerrados en casa hasta el anochecer para evitar temperaturas abrasadoras, ciudades desiertas, visitas eternas a familiares muy lejanos. Tal y como muchos suscribirán, existen lecturas más apropiadas para el día. Otras lo son para la noche. El cine cumple también esta norma no escrita aunque, en opinión propia, las estaciones inciden con mayor pujanza en la elección del film de turno. Teorías particulares pero con sólidos cimientos.

Cimientos que han ido conformándose a lo largo de la historia del séptimo arte y que tienen, al menos para las generaciones más jóvenes, su origen en tiempos relativamente recientes. Las grandes producciones no son, según esta hipótesis cinematográficoestival, para el verano -regla cada día más difusa- y las majors actúan en consecuencia. Aunque el cinéfilo más avezado disfrute con naturalidad de una velada veraniega al calor de proyecciones como las de la muy veraniega Vacaciones en Roma (1953), Sed de mal (1958) o Casablanca (1942).


Califico -así de tajante- como cine estival los films de estética playera, aire juerguista y pretensiones, normalmente, incapaces. Cintas adolescentes como Juerga tropical (1987) o comedias delirantes como Este muerto está muy vivo (1989), en la que el difunto Bernie adquiere un protagonismo inesperado y genial, son avituallamientos imprescindibles en este recorrido. Desde esta perspectiva podemos denominar estas necesidades cinematográficas como de consumo rápido y ubicarlas en un punto cercano al cine juvenil.

Más allá de clásicos de este pseudogénero como Los Goonies (1985), Gremlins (1984) o Regreso al futuro (1985) con sus respectivas secuelas -universales en su concepción estacional por su grandeza y continuidad del clásico-, varios films han coronado aburridas tardes veraniegas desde sus anhelos intrascendentes, sus enfoques coloristas y su trascendencia efímera. Exploradores (1985) del imaginativo Joe Dante es una de ellas. Cineasta apegado al terror en sus inicios con referentes como Piraña (1978), Dante fue el director de los propios Gremlins o de otras cintas que introducían al público imberbe los códigos del terror o el cine fantástico bajo una capa de sirope como en la imaginativa El chip prodigioso (1987).



Tom Cruise protagonizo éxitos en este sentido como Top gun (1986) o Risky business (1983). Se encontraba en su amanecer interpretativo donde participó de películas altamente interesantes en mi opinión. En una tesitura similar, más acusada aún, considero magistral -dejémoslo en muy divertida que es de lo que se trata en la mayoría de las ocasiones en lo que respecta al tono de este periplo- la primera etapa de otro ilustre del séptimo arte, Tom Hanks. Se trata de un parecer difícilmente defendible ante gurús del asunto, pero confieso que prefiero Despedida de soltero (1984), Socios y sabuesos (1989), Dos sabuesos despistados (1987), Esta casa es una ruina (1986), No matarás... al vecino (1989) o Big (1988) antes que Philadelphia (1993), Naúfrago (2000), Forrest Gump (1994), Apollo XIII (1995).


 

La playa no falla

Exacto. El axioma que encierra esta astuta rima es una de las leyes primeras de este género imaginario. Lo demostró Spielberg en Tiburón (1975) o más recientemente Kathryn Bigelow con Le llaman Bodhi (1991). Danny Boyle sublimaría esta prerrogativa de género en el 2000 en La playa de Di Caprio. Todas ellas cintas que consiguieron transigir la liviandad veraniega descartando el intelectualismo para instalarse en una adecuado término medio. Por supuesto, no todas las referencias a este respecto esconden arena en los bolsillos necesariamente. Terror como en Sé lo que hicisteis el último verano (1997), dramas con una significativa relevancia paisajística como en la Belleza robada (1996) de Bertolucci con la inexperta Liv Tyler o comedias como la tronchante Top Secret (1984) son buenos ejemplos de un cine fresquito, pasajero pero honorable, de fácil digestión. Como un romance estival o la cerveza helada de media tarde. Como el mismo verano.

 

viernes, 18 de julio de 2014

EL SONIDO QUE ERA

El género jazzístico pierde vigencia en la gran pantalla pese a su alta presencia en festivales veraniegos aunque persiste en proyectos personales como la próxima ‘Miles ahead’
 


Para muchos una música estacional. De verano. Con especial presencia en ciudades como Gasteiz o San Sebastián, el jazz resuena estos días entre olas, plazas, clubes y pabellones desde una concepción prácticamente underground y con tintes elitistas pese a que hace unas cuantas décadas se tratara del género imperante como documentan hoy múltiples trabajos cinematográficos.

Considerada, a día de hoy, una música de corte primordialmente clásico y minoritario, lo cierto es que el jazz ha revestido con sus notas miles de producciones cinematográficas hasta el punto de considerarla como el género con una relación más cómplice hacia el séptimo arte por su carácter preeminente en épocas pasadas. Un buen argumento a favor de esta sentencia lleva el título de la primera película que se realizó con sonido. El cantor de jazz (1927) de Alan Crosland -más tarde se realizarían dos remakes- dio el pistoletazo de salida al cine sonoro refrendando la vigencia que el estilo de Nueva Orleans tenía por aquellos tiempos.

 


Hablar del cine al que acompañó este género desde la aparición del sonoro es como contar los pelos de la cabeza aunque existen cintas donde esta música destacó sobremanera. Las hay como Anatomía de un asesinato (1959), donde las composiciones de Duke Ellington se sumían con naturalidad entre la precisa narración de Otto Preminger o El hombre del brazo de oro (1955) en la que el submundo jazzístico configuraba un contexto indispensable en la historia, también de Preminger. Los créditos de ambas fueron, además, elaborados por el inmenso Saul Bass en una muestra de la minuciosidad del director de origen austriaco.
 
 
 
El gran público tendrá en mente otras referencias como Ragtime (1981) de Milos Forman quien constataría, tres años después, su querencia por el pentagrama en Amadeus. Musicales como el New York, New York de Scorsese, De Niro y Lizza Minelli o cintas que se sumergen en el ambiente de los clubes como Round midnight (1986) de Tavernier con el saxofonista Dexter Gordon en el papel protagonista han conformado este subgénero desde sus propias entrañas. Sin embargo, los menos instruidos pueden acercarse a esta confluencia artística desde propuestas menos incisivas en el asunto aunque de alta calidad como Acordes y desacuerdos (1999) de Woody Allen; Mo’ better blues (1990), de Spike Lee, Kansas city (1996) de Robert Altman o Cotton Club (1984) de Coppola. En caso contrario, el género documental es una buena opción con trabajos que van desde el popular Calle 54 (2000) de Fernando Trueba o Thelonius Monk: straight, no chaser (1988), biopics como El ocaso de una estrella (1972) sobre Billie Holliday o cine tan underground como el de John Cassavettes en Too late blues (1961).
 
 


Miles en el horizonte

Un sinfín de ejemplos propiciados por lo imperante del jazz durante buena parte del pasado siglo como puede comprobarse a través de las filmografías de compositores como Lalo Schifrin con trabajos más apegados a la cultura popular como Bullit (1968), Operación Dragón (1973) o Misión Imposible (1966), la serie. Un sinfín de ejemplos que se han ido reduciendo con el pasar de los años por la revisión del jazz por parte de su público para encuadrarlo en un ámbito minoritario. Pese a todo, los fans del género siguen teniendo motivos para acudir a las salas. El próximo, el biopic sobre Miles Davis, Miles ahead, que firmará Don Cheadle para 2015 como director, guionista y protagonista, con música de Herbie Hancock en un proyecto que ha salido adelante bajo la fórmula del crowdfunding. Así están las cosas.
 
 

 

jueves, 26 de junio de 2014


IT’S ONLY MOVIES BUT I LIKE IT!!!

¿Cine o rock? ¿Por qué elegir? Tras una tormentosa, épica y hasta peliculera decimotercera edición del ARF, ahí va un breve repaso a la relación de la música del averno con el séptimo arte


El fin de semana pasado tuvo lugar uno de los festivales de rock más auténticos de los que sonorizan nuestro entorno. El Azkena Rock Festival celebró su decimotercera edición con las trabas que se le suponen a la cifra maldita. Sin embargo, ni granizo, ni tormentas eléctricas ni lluvias interminables y torrenciales derribaron la fe de los azkeneros presentes un año más en las campas de Mendizabala.

 


El ARF quiso hacer plausible su parentesco con el séptimo arte en su celebrada (valga la redundancia) décima edición, allá por 2011, cuando varios actores recorrieron el recinto ataviados con las llamativas caracterizaciones que vistieron a los personajes de The Rocky Horror Picture Show (1975). En otro guiño de lo más peliculero, se instaló una carpa para celebrar bodas al estilo Las Vegas, donde el actor Iñigo Salinero ‘Txaflas’ (Vaya Semanita) oficiaba las ceremonias. Otros actores con vis musical, o viceversa, han pisado las tablas del ARF como Chris Isaack, Juliette Lewis o Alice Cooper y han comentado en entrevistas previas realizadas por un servidor su aprecio a ambos lenguajes (http://www.foroazkenarock.com/t9098-entrevista-alice-y-nuevo-show-in-spain-confirmado, http://www.noticiasdealava.com/especiales/34-festival-de-jazz-de-vitoria-gasteiz/estoy-seguro-de-que-algun-dia-se-iran-todas-las-mujeres-que-conozco-pero-aun-tendre-mi-guitarra?l=comentado&n=10&v=basica&t=general&m= ).

Sin habérselo propuesto, este 2014 el ARF se ha constituido en una cinta de aventuras con final feliz en la que no han faltado obstáculos y giros argumentales y donde los secundarios han destacado por encima de unos protagonistas, quizás, demasiado acomodados. Uno puede establecer paralelismos con lo que le venga en gana, basta con buscar un par de puntos comunes y echarle verbo. Sin embargo, es incuestionable que los devenires de cine y música han transitado, a menudo, paralelos o hasta de la mano. Existen largometrajes en los que el pentagrama se ha incrustado en el guión desplazando un tanto su esencia fílmica como las óperas rock. De entre ellas es ineludible destacar la surrealista The Wall (1982), basada en el álbum homónimo de Pink Floyd y escrita por Roger Waters, aunque hay referencias más actuales –no se trata de un género prolífico en absoluto- como la divertida Tenacious D: dando la nota (2006) con el protagonismo del irreverente Jack Black.

 

 

También caben en ese ámbito que le concede una relevancia prácticamente absoluta a la música, trabajos como los llevados a cabo por Scorsese sobre la quintaesencia del rock que presidió el siglo XX con formaciones como The band -El último Vals (1978)-, los Rolling Stones -Shine a Light (2008)- o Bob Dylan –No direction home (2005)- sin olvidar sus cintas documentales sobre el blues en los que recibió el apoyo de cineastas mayúsculos como Clint Eastwood o Wim Wenders. No conviene olvidarse de trabajos incluso más personales como el This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner o Year of the horse (1997) donde Jim Jarmusch se metía hasta las entrañas de la gira de Neil Young. Todas ellas grandes cintas aunque destinadas a un público concreto. Una minoría.
 

EL CINE PREVALECE

Sin embargo, el cine ha parido varias obras para el recuerdo en las que la música ha sabido adaptarse a la perfección al medio que, en aquella ocasión, llevaba la batuta. Desde biopics como la magnífica The Doors (1991), con un Oliver Stone en pleno apogeo creativo y un Val Kilmer en una de las mejores interpretaciones de su carrera, hasta relatos de un movimiento musical como el que compusieron bandas como Joy Division, New Order o Happy Mondays en la Inglaterra de finales de los setenta y que  refleja con maestría Michael Winterbottom en 24 hour party people (2002).
 
 

Películas más amables como The Commitments (1991) en las que el soul convive con un moderado alegato proletario han edificado esta simbiosis artística. “Los irlandeses somos los negros de Europa”, apunta uno de sus personajes. Diarios de un groupie aspirante a redactor de la Rolling Stone en la entrañable Casi famosos (2000), la igualmente cálida School of rock (2003); adorables borregos como los jóvenes Steve Buscemi, Adam Sandler y Brendan Frazer en Cabezas huecas (1994); adolescentes capaces de absolutamente todo por conseguir una entrada para ver a Kiss en la alocada Cero en conducta (1999)…

Todo ello sin olvidar las cintas que han popularizado o creado directamente himnos para la posteridad como el You could be mine de Terminator II (1991) o el Lust for life de Trainspotting (1996). Y sin dejar de lado tampoco bandas sonoras redondas -algunas exceden el rock- como las de Ciudad de Dios (2002), la tarantinianamente negra -mal que le pese a Spike Lee- de Jackie Brown (1997) o el tremendo trabajo de RZA para Jim Jarmusch en Ghost Dog (1999) donde el hip hop sobresale. Todas grandes películas con el aderezo musical adecuado para soportar los sudores fríos causados por la abstinencia del ARF. Aunque quede aún mucho verano y mucho rock and roll.