martes, 28 de octubre de 2014

DELIRIO TITULADO


Aunque sea cada vez menos habitual, la distribución internacional se ha meado en la titulación original anglosajona con reiteración y ejemplos surrealistas
 
 
 
El mediocre -antes nulo- nivel de inglés del común de la ciudadanía patria, lógicamente, viene de épocas pretéritas y tiene un efecto colateral que atañe al cine. Para muchos, más que consecuencia es causa ya que otros países se han apoyado, además de en un sistema educativo más lógico y práctico en cuestión de idiomas, en el cine en versión original para practicar su inglés.

Como todos sabemos eso nunca ha pasado por estos parajes. La españolización del producto audiovisual foráneo va desde la chiquitización de El príncipe de Bel Air (1990) hasta la mención de “Julito Iglesias” en Top Secret (1984). Pero sin duda la quintaesencia del descojono estatal en este sentido se encuentra en la titulación. Aviso de que nadie pregunte a un anglosajón por Something to remenber, Algo para recordar (1993). En realidad se titula Sleepless in Seattle, algo así como Insomnio en Seattle para los menos instruidos en la lengua de Miley Cirus. North by Northwest o Con la muerte en los talones (1959); Rosemary’s baby o La semilla del diablo (1968); El Templo del oro o Firewalker (1986); alusiones vernáculas recientes como en Todo sobre mi desmadre o Get him in the Geek (2010); malabares semánticas como Este muerto está muy vivo, Bernie´s weekend (1989); alteraciones desconcertantes como Dr. Strangelove o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964); tocadas de huevos de los responsables como en Knight & day o Noche y día (2010) -juego de palabras entre caballero, knight, y noche, night, que se solucionó por la tangente. A tomar por culo-; tácticas marketinianas para añadir cachondeo al tema como en La salchicha peleona o Beverly Hills Ninja (1997); o traducciones que pierden sentido al continuar la saga como en La jungla de cristal o Die hard (1988).

 
 
 

Asimismo, se ha configurado un subgénero de la rima, habitualmente destinado al público infantil y adolescente -mucho más proclives a una jocosa recepción de estos astutos guiños-, que tienen en Un canguro superduro, The pacifier (2005); Dos colgaos muy fumaos, Harold & Kumar go to WhiteCastle (2004); y Soñando, soñando… triunfé patinando, Ice princess (2005) algunos de sus referentes.

 

'SPAIN IS NOT SO DIFFERENT'

No obstante, si bien es cierto que muchos países han consumido cine en versión original y, en consecuencia, no traducían los títulos, existen otros que compiten con España en cuanto a este delirio titulado. Al parecer, en un spoiler de libro, los portugueses titularon Psicosis (1960) como La madre era él o El planeta de los simios (1968) como El hombre que vino del futuro. Los finlandeses siguieron, años más tarde esa corriente con Rita Hayworth es la clave para escapar o Cadena perpetua (1994). Se le concede el atenuante de que la novela original de Stephen King es Rita Hayworth and the Shawsank redemption.

 

En realidad, diversas webs aseguran que las latitudes donde de verdad se regocijan en esta disciplina son orientales. Los tailandeses se quedaron bien a gusto con Mi amor verdadero sufrirá cualquier situación indignante, Algo pasa con Mary (1998). Pero si hay una civilización que se ha pasado por el forro el concepto de titulación yankee –y general, en realidad- consistente en títulos cortos y directos es la china.

Parece ser que en la cuna de Mao Tse-Tung lo prefieren mascadito. Y bien explícito. De hay que Leaving Las Vegas (1995) se llame Estoy borracho y tú eres una prostituta; Babe, el cerdito valiente, El feliz algún día será comida que habla y resuelve un problema agrario (1995) o Batman &Robin (1997) –hablo de la indispensable obra de Joel Schumacher- Guapo, vente a mi cueva y ponte esta braguita de goma. Acojonante. Los autores de estos posts, publicados en sites de prestigio como 20minutos o Terra, juran por su madre que es cierto y, en ocasiones, uno prefiere creerse estos chascarrillos irrelevantes antes que verse decepcionado por la sobria realidad tras una breve investigación 2.0.

jueves, 4 de septiembre de 2014


ARENA EN EL REPRODUCTOR

Como en el amor veraniego, la época estival demanda un cine intenso y efímero, de luminoso recuerdo. Cintas como 'Este muerto está muy vivo', 'Juerga tropical', 'Los Goonies' o 'Tiburón' cimentan este pseudogénero

 


Playas infestadas de bronceados fugaces y temerarios, terrazas plagadas de cocktails con sombrillita, tardes encerrados en casa hasta el anochecer para evitar temperaturas abrasadoras, ciudades desiertas, visitas eternas a familiares muy lejanos. Tal y como muchos suscribirán, existen lecturas más apropiadas para el día. Otras lo son para la noche. El cine cumple también esta norma no escrita aunque, en opinión propia, las estaciones inciden con mayor pujanza en la elección del film de turno. Teorías particulares pero con sólidos cimientos.

Cimientos que han ido conformándose a lo largo de la historia del séptimo arte y que tienen, al menos para las generaciones más jóvenes, su origen en tiempos relativamente recientes. Las grandes producciones no son, según esta hipótesis cinematográficoestival, para el verano -regla cada día más difusa- y las majors actúan en consecuencia. Aunque el cinéfilo más avezado disfrute con naturalidad de una velada veraniega al calor de proyecciones como las de la muy veraniega Vacaciones en Roma (1953), Sed de mal (1958) o Casablanca (1942).


Califico -así de tajante- como cine estival los films de estética playera, aire juerguista y pretensiones, normalmente, incapaces. Cintas adolescentes como Juerga tropical (1987) o comedias delirantes como Este muerto está muy vivo (1989), en la que el difunto Bernie adquiere un protagonismo inesperado y genial, son avituallamientos imprescindibles en este recorrido. Desde esta perspectiva podemos denominar estas necesidades cinematográficas como de consumo rápido y ubicarlas en un punto cercano al cine juvenil.

Más allá de clásicos de este pseudogénero como Los Goonies (1985), Gremlins (1984) o Regreso al futuro (1985) con sus respectivas secuelas -universales en su concepción estacional por su grandeza y continuidad del clásico-, varios films han coronado aburridas tardes veraniegas desde sus anhelos intrascendentes, sus enfoques coloristas y su trascendencia efímera. Exploradores (1985) del imaginativo Joe Dante es una de ellas. Cineasta apegado al terror en sus inicios con referentes como Piraña (1978), Dante fue el director de los propios Gremlins o de otras cintas que introducían al público imberbe los códigos del terror o el cine fantástico bajo una capa de sirope como en la imaginativa El chip prodigioso (1987).



Tom Cruise protagonizo éxitos en este sentido como Top gun (1986) o Risky business (1983). Se encontraba en su amanecer interpretativo donde participó de películas altamente interesantes en mi opinión. En una tesitura similar, más acusada aún, considero magistral -dejémoslo en muy divertida que es de lo que se trata en la mayoría de las ocasiones en lo que respecta al tono de este periplo- la primera etapa de otro ilustre del séptimo arte, Tom Hanks. Se trata de un parecer difícilmente defendible ante gurús del asunto, pero confieso que prefiero Despedida de soltero (1984), Socios y sabuesos (1989), Dos sabuesos despistados (1987), Esta casa es una ruina (1986), No matarás... al vecino (1989) o Big (1988) antes que Philadelphia (1993), Naúfrago (2000), Forrest Gump (1994), Apollo XIII (1995).


 

La playa no falla

Exacto. El axioma que encierra esta astuta rima es una de las leyes primeras de este género imaginario. Lo demostró Spielberg en Tiburón (1975) o más recientemente Kathryn Bigelow con Le llaman Bodhi (1991). Danny Boyle sublimaría esta prerrogativa de género en el 2000 en La playa de Di Caprio. Todas ellas cintas que consiguieron transigir la liviandad veraniega descartando el intelectualismo para instalarse en una adecuado término medio. Por supuesto, no todas las referencias a este respecto esconden arena en los bolsillos necesariamente. Terror como en Sé lo que hicisteis el último verano (1997), dramas con una significativa relevancia paisajística como en la Belleza robada (1996) de Bertolucci con la inexperta Liv Tyler o comedias como la tronchante Top Secret (1984) son buenos ejemplos de un cine fresquito, pasajero pero honorable, de fácil digestión. Como un romance estival o la cerveza helada de media tarde. Como el mismo verano.

 

viernes, 18 de julio de 2014

EL SONIDO QUE ERA

El género jazzístico pierde vigencia en la gran pantalla pese a su alta presencia en festivales veraniegos aunque persiste en proyectos personales como la próxima ‘Miles ahead’
 


Para muchos una música estacional. De verano. Con especial presencia en ciudades como Gasteiz o San Sebastián, el jazz resuena estos días entre olas, plazas, clubes y pabellones desde una concepción prácticamente underground y con tintes elitistas pese a que hace unas cuantas décadas se tratara del género imperante como documentan hoy múltiples trabajos cinematográficos.

Considerada, a día de hoy, una música de corte primordialmente clásico y minoritario, lo cierto es que el jazz ha revestido con sus notas miles de producciones cinematográficas hasta el punto de considerarla como el género con una relación más cómplice hacia el séptimo arte por su carácter preeminente en épocas pasadas. Un buen argumento a favor de esta sentencia lleva el título de la primera película que se realizó con sonido. El cantor de jazz (1927) de Alan Crosland -más tarde se realizarían dos remakes- dio el pistoletazo de salida al cine sonoro refrendando la vigencia que el estilo de Nueva Orleans tenía por aquellos tiempos.

 


Hablar del cine al que acompañó este género desde la aparición del sonoro es como contar los pelos de la cabeza aunque existen cintas donde esta música destacó sobremanera. Las hay como Anatomía de un asesinato (1959), donde las composiciones de Duke Ellington se sumían con naturalidad entre la precisa narración de Otto Preminger o El hombre del brazo de oro (1955) en la que el submundo jazzístico configuraba un contexto indispensable en la historia, también de Preminger. Los créditos de ambas fueron, además, elaborados por el inmenso Saul Bass en una muestra de la minuciosidad del director de origen austriaco.
 
 
 
El gran público tendrá en mente otras referencias como Ragtime (1981) de Milos Forman quien constataría, tres años después, su querencia por el pentagrama en Amadeus. Musicales como el New York, New York de Scorsese, De Niro y Lizza Minelli o cintas que se sumergen en el ambiente de los clubes como Round midnight (1986) de Tavernier con el saxofonista Dexter Gordon en el papel protagonista han conformado este subgénero desde sus propias entrañas. Sin embargo, los menos instruidos pueden acercarse a esta confluencia artística desde propuestas menos incisivas en el asunto aunque de alta calidad como Acordes y desacuerdos (1999) de Woody Allen; Mo’ better blues (1990), de Spike Lee, Kansas city (1996) de Robert Altman o Cotton Club (1984) de Coppola. En caso contrario, el género documental es una buena opción con trabajos que van desde el popular Calle 54 (2000) de Fernando Trueba o Thelonius Monk: straight, no chaser (1988), biopics como El ocaso de una estrella (1972) sobre Billie Holliday o cine tan underground como el de John Cassavettes en Too late blues (1961).
 
 


Miles en el horizonte

Un sinfín de ejemplos propiciados por lo imperante del jazz durante buena parte del pasado siglo como puede comprobarse a través de las filmografías de compositores como Lalo Schifrin con trabajos más apegados a la cultura popular como Bullit (1968), Operación Dragón (1973) o Misión Imposible (1966), la serie. Un sinfín de ejemplos que se han ido reduciendo con el pasar de los años por la revisión del jazz por parte de su público para encuadrarlo en un ámbito minoritario. Pese a todo, los fans del género siguen teniendo motivos para acudir a las salas. El próximo, el biopic sobre Miles Davis, Miles ahead, que firmará Don Cheadle para 2015 como director, guionista y protagonista, con música de Herbie Hancock en un proyecto que ha salido adelante bajo la fórmula del crowdfunding. Así están las cosas.
 
 

 

jueves, 26 de junio de 2014


IT’S ONLY MOVIES BUT I LIKE IT!!!

¿Cine o rock? ¿Por qué elegir? Tras una tormentosa, épica y hasta peliculera decimotercera edición del ARF, ahí va un breve repaso a la relación de la música del averno con el séptimo arte


El fin de semana pasado tuvo lugar uno de los festivales de rock más auténticos de los que sonorizan nuestro entorno. El Azkena Rock Festival celebró su decimotercera edición con las trabas que se le suponen a la cifra maldita. Sin embargo, ni granizo, ni tormentas eléctricas ni lluvias interminables y torrenciales derribaron la fe de los azkeneros presentes un año más en las campas de Mendizabala.

 


El ARF quiso hacer plausible su parentesco con el séptimo arte en su celebrada (valga la redundancia) décima edición, allá por 2011, cuando varios actores recorrieron el recinto ataviados con las llamativas caracterizaciones que vistieron a los personajes de The Rocky Horror Picture Show (1975). En otro guiño de lo más peliculero, se instaló una carpa para celebrar bodas al estilo Las Vegas, donde el actor Iñigo Salinero ‘Txaflas’ (Vaya Semanita) oficiaba las ceremonias. Otros actores con vis musical, o viceversa, han pisado las tablas del ARF como Chris Isaack, Juliette Lewis o Alice Cooper y han comentado en entrevistas previas realizadas por un servidor su aprecio a ambos lenguajes (http://www.foroazkenarock.com/t9098-entrevista-alice-y-nuevo-show-in-spain-confirmado, http://www.noticiasdealava.com/especiales/34-festival-de-jazz-de-vitoria-gasteiz/estoy-seguro-de-que-algun-dia-se-iran-todas-las-mujeres-que-conozco-pero-aun-tendre-mi-guitarra?l=comentado&n=10&v=basica&t=general&m= ).

Sin habérselo propuesto, este 2014 el ARF se ha constituido en una cinta de aventuras con final feliz en la que no han faltado obstáculos y giros argumentales y donde los secundarios han destacado por encima de unos protagonistas, quizás, demasiado acomodados. Uno puede establecer paralelismos con lo que le venga en gana, basta con buscar un par de puntos comunes y echarle verbo. Sin embargo, es incuestionable que los devenires de cine y música han transitado, a menudo, paralelos o hasta de la mano. Existen largometrajes en los que el pentagrama se ha incrustado en el guión desplazando un tanto su esencia fílmica como las óperas rock. De entre ellas es ineludible destacar la surrealista The Wall (1982), basada en el álbum homónimo de Pink Floyd y escrita por Roger Waters, aunque hay referencias más actuales –no se trata de un género prolífico en absoluto- como la divertida Tenacious D: dando la nota (2006) con el protagonismo del irreverente Jack Black.

 

 

También caben en ese ámbito que le concede una relevancia prácticamente absoluta a la música, trabajos como los llevados a cabo por Scorsese sobre la quintaesencia del rock que presidió el siglo XX con formaciones como The band -El último Vals (1978)-, los Rolling Stones -Shine a Light (2008)- o Bob Dylan –No direction home (2005)- sin olvidar sus cintas documentales sobre el blues en los que recibió el apoyo de cineastas mayúsculos como Clint Eastwood o Wim Wenders. No conviene olvidarse de trabajos incluso más personales como el This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner o Year of the horse (1997) donde Jim Jarmusch se metía hasta las entrañas de la gira de Neil Young. Todas ellas grandes cintas aunque destinadas a un público concreto. Una minoría.
 

EL CINE PREVALECE

Sin embargo, el cine ha parido varias obras para el recuerdo en las que la música ha sabido adaptarse a la perfección al medio que, en aquella ocasión, llevaba la batuta. Desde biopics como la magnífica The Doors (1991), con un Oliver Stone en pleno apogeo creativo y un Val Kilmer en una de las mejores interpretaciones de su carrera, hasta relatos de un movimiento musical como el que compusieron bandas como Joy Division, New Order o Happy Mondays en la Inglaterra de finales de los setenta y que  refleja con maestría Michael Winterbottom en 24 hour party people (2002).
 
 

Películas más amables como The Commitments (1991) en las que el soul convive con un moderado alegato proletario han edificado esta simbiosis artística. “Los irlandeses somos los negros de Europa”, apunta uno de sus personajes. Diarios de un groupie aspirante a redactor de la Rolling Stone en la entrañable Casi famosos (2000), la igualmente cálida School of rock (2003); adorables borregos como los jóvenes Steve Buscemi, Adam Sandler y Brendan Frazer en Cabezas huecas (1994); adolescentes capaces de absolutamente todo por conseguir una entrada para ver a Kiss en la alocada Cero en conducta (1999)…

Todo ello sin olvidar las cintas que han popularizado o creado directamente himnos para la posteridad como el You could be mine de Terminator II (1991) o el Lust for life de Trainspotting (1996). Y sin dejar de lado tampoco bandas sonoras redondas -algunas exceden el rock- como las de Ciudad de Dios (2002), la tarantinianamente negra -mal que le pese a Spike Lee- de Jackie Brown (1997) o el tremendo trabajo de RZA para Jim Jarmusch en Ghost Dog (1999) donde el hip hop sobresale. Todas grandes películas con el aderezo musical adecuado para soportar los sudores fríos causados por la abstinencia del ARF. Aunque quede aún mucho verano y mucho rock and roll.
 
 

 

viernes, 23 de mayo de 2014


ATREZZO MINISTERIAL

La cinta italiana 'Viva la libertà' devuelve a la palestra el cine político, asiduamente encubridor de otros géneros que lo complementan


 

Recortes y más recortes. Mensajes de optimismo que rayan la insolencia. Incrementos absurdos del IVA. Debates monologuizados. ‘Ruedas de prensa’ por televisión. Promesas electorales ignoradas con olimpismo. Cabezas visibles de partidos que huyen de la policía a todo gas. Tramas de financiación ilegal que afectan a la totalidad estamental del partido gobernante. Hasta asesinatos.

Así es. El panorama político que divisamos -por suerte, lo tenemos lejos la mayoría- contiene elementos más que de sobra para construir la peli que uno quiera. Thriller, comedia, drama, terror… Cualquier género tiene recorrido en los aledaños del  Palacio de las Cortes. Sin embargo y pese a la acuciante necesidad de ingreso para las arcas estatales, los jerifaltes de la industria cinematográfica española no se atreven aún con temas espinosos como la política. Ni de lejos. Buena muestra de la mojigatería imperante en el sector es el boom protagonizado por una comedia tan blanca como 8 apellidos vascos. Asomar la patita con timidez por la puerta de la irreverencia política y social les ha otorgado réditos impensables. Pero, de momento, el siguiente paso será también tímido amén de algún que otro proyecto como El negociador o El problema número uno (todavía no se ha decidido su título) que relatará, de la mano de Borja Cobeaga y en clave de humor, las negociaciones de Eguiguren con una cúpula de ETA representada por Thierry y Josu Ternera en Ginebra y Oslo. Cinta para la que ha encontrado financiación aunque no así para Fe etarras o Etarriza como puedas, cuyo borrador es considerado demasiado atrevido por los productores.


Sin embargo, países del mundo desarrollado, de esa primera división en la que estaba España antes de la debacle financiera como aseveraba Aznar, permiten y jalean la dramatización de sus miserias políticas y aceptan las consecuencias. Son países donde la gente dimite cuando la caga. Incluso Italia, la Italia postberlusconi, ridiculiza, como se ocupa de recordar la cartelera este viernes, a su clase dirigente. Viva la libertà es una rara avis en este contexto, tampoco conviene engañarse. Normalmente el género político no lo es tal. Se trata, con asiduidad, de obras de otros géneros que utilizan la política como telón de fondo como sucede en El último testigo o The Paralax view -hay tropecientos Últimos testigos- (1974), Todos los hombres del presidente (1976) -ambas de Alan J. Pakula-, La chinoise (1967) de Godard, Z. (1969) de Costa-Gavras  Agenda oculta (1990) de Ken Loach, etcétera. Todos directores altamente considerados que no lo eran tanto en aquellos tiempos.


Pero no son tantas las que se inmiscuyen con temeridad en los vericuetos políticos. Pocas critican sin complejos y desde dentro el asunto de turno. Normalmente esto es un suicidio prematuro en el proyecto. Sin embargo, refrescantes excepciones como la reciente y descacharrante In the loop (2009) o programas televisivos de éxito (Vaya semanita, Polonia) revelan la aceptación del público. Quizá no tanto de una clase imperante y mecenas, demasiado cercana a la política. Parece ser que esta Viva la libertà no inquiere como espera el espectador con inquietudes políticas más afiladas. No será Teléfono rojo (1964). Su planteamiento se acerca más al las premisas argumentales de Rafi, un rey de peso o El príncipe de Zamunda, paradigmas comerciales de la comedia de situación en el celuloide dentro de este marco político: el hermano gemelo bipolar del líder de la oposición le sustituirá por una concatenación de circunstancias. Sin embargo, la cinta italiana parece tomarse a sí misma algo más en serio.

 
Con todo, aquí todavía queda mucho para que veamos algo similar. Si 8 apellidos vascos, dentro de su carácter dócil, se ha constituido en un alentador primer paso para fomentar el debate político estatal en el séptimo arte, esperemos que cintas como esta Viva la libertà hagan similar labor desde el ámbito europeo.

jueves, 15 de mayo de 2014


 


TAMBIÉN TRAMPOSA

 'True detective' se desinfla en su desenlace en un mal común dentro de su formato aunque destaca a través de la dupla McCounaghey-Harrelson




En mi vida. Siempre me habían dado cosica las series en general. Más allá de las sitcom o de algunas con una continuidad relativa en la que se puede disfrutar de capítulos aislados nunca había seguido una serie con la única excepción del Sherlock de la BBC que, en realidad, se emitió en formato tv movie con temporadas de tan sólo tres capítulos. Y es que ésa es la primera de las pegas que le achaco a este formato y aquí va un alegato más que poco popular en lo catódico.
  
Asiduamente las series abren con festividad y despreocupación varias líneas argumentales que, parece, van a desembocar en una catarsis narrativa antológica. Asiduamente esas líneas argumentales se remachan burdamente en desenlaces decepcionantes. Es como si uno saliera del cine en mitad de Indiana Jones IV y dijera: “Pues no está mal”. El incauto desconoce el surrealista tercer acto que se avecina. Las series son, además y también asiduamente, productos por lo general de menor presupuesto y mayor metraje que un largo por lo que su calidad se resiente en apartados, para mí, trascendentales como la dirección artística, la fotografía… Son, a menudo, dirigidas por varios cineastas por lo que suelen carecer de consistencia estilística, los actores que las interpretan suelen ser peores… Y, para finalizar, creo que su narrativa capítulo a capítulo es tramposa, siempre en un tímido in crescendo hasta alcanzar el clímax en el final del episodio para dejar suelta una, si no más, incógnitas de cara a la siguiente entrega.

 
Por todo ello siempre he pensado que antes que una serie es preferible indagar en el vasto universo cinematográfico y meterte una buena ración de pelis. Más honestas, en mi opinión. Dicho esto, expuestos mis argumentos, reconozco que mi resistencia terminó el pasado fin de semana. Inquirido con frecuencia por mis conocidos, familiares y amigos; seguidores de Los Soprano, The Wire, Treme, Boardwalk Empire, etcétera, decidí que mi opinión debía tener algo de rigor y, en consecuencia, ver una serie. True detective. Lo hice porque me atraía sobremanera. El género, uno de mis favoritos, dos actores buenos, un contexto atractivo, críticas favorables, una temporada de ocho capítulos y autoconclusiva…

Bien. El sabor de boca que me ha dejado esta supuesta obra maestra de la televisión -según unos críticos que, en su mayoría, recularon, en el tramo final de la serie, cómo no- ha sido el esperado. No me ha sorprendido descubrir los errores que atisbaba y que, intuyo, se repiten con frecuencia en estos productos. Sin embargo, he de reconocer que la serie describe con maestría las personalidades y la relación de dos caracteres tan antagónicos como similares. Complejos e inquietantes. Por seguir con este rollo antiseries, creo que con tanto metraje indagar en los perfiles de los personajes es prácticamente obligatorio aunque también reconozco que los semblantes de Cohle y Hart están dibujados con atrevimiento, ingenio y coherencia. Sobre todo la de un Rust Cohle metafísico relatando el caso Lone Star tras Lone Star. Y es que lo de Mathew MacCounaughey últimamente es acojonante. Quién te ha visto y quién te ve.


True detective es, realmente, un producto por encima del cine en términos generales, si nos evadimos de los inconvenientes seriales que he descrito anteriormente. Es decir, a lo largo de sus ocho capítulos, la serie va incrementando la tensión y la intriga con varias líneas argumentales pertenecientes a una trama única mientras se adentra en los universos de Cohle y Hart y, de paso, contenta al público medio con subtramas personales. Pero, cuando llega la hora de levantar las cartas, el castillo de naipes se viene abajo.

 

'SPOILER TIME'

Lo decepcionante de True detective es, insisto, un desenlace incomprensiblemente simple. Incomprensible porque entiendo que en series como Perdidos, que se alargan de manera artificial por designios de la audiencia, los finales sean abruptos y desconcertantes. Pero en una serie de ocho capítulos rodados con anterioridad a su emisión… No entiendo. Los seguidores de la serie se preguntarán porque Cohle y Hart zanjan una investigación de 17 años bajándose a un redneck pirado. Y ésa es otra. Una serie tan personal y atípica no podía tener un malo más común. ¿Qué ha pasado con los Tuttle joder? Realmente el pirado de las cicatrices no era más que el colgado master dentro de la serie de rituales vudú que, parecía, iban, al ser destapados, hacer tambalear los cimientos políticos de Louisiana. Tampoco me quedaron muy claras las inquietantes alusiones al Rey amarillo, el compendio de  relatos de terror de Robert W. Chambers que ha batido récords de ventas tras su mención en la serie, y Carcosa.


Así que, en contra de la opinión popular, sigo prefiriendo el cine. Vale, de las casi ocho horas de metraje de True detective, seis o siete son hipnóticas pero es que ahí está el truco. Dejando a un lado el capítulo inicial que, creo, peca de un arranque poco esclarecedor y el mencionado y fraudulento desenlace, la serie es más que disfrutable. Es buena. Pero el quid de la cuestión es que patina en los mismos charcos que todas según tengo entendido y desde mi ignorancia en el tema. Es decir, es tramposa como las series en general. Probaremos con otra. En el futuro. Tras muchas pelis.

 

viernes, 28 de marzo de 2014


 


¡YU-ES-EI! (CAPITÁN AMÉRICA VS. RIEFENSTAHL)
 

Uno de los abanderados de la propaganda norteamericana en la II Guerra Mundial retoma su versión contemporánea con un mensaje ambiguo y altas dosis de entretenimiento
 


1935. Miles de miembros uniformados del Partido Nacionalsocialista alemán que encabeza Adolf  Hitler desfilan con su habitual diligencia y concisión por el perímetro delimitado en el congreso de Nuremberg. Una joven Leni Riefenstahl -contaba por aquel entonces con 33 años- documenta el acontecimiento mientras introduce recursos técnicos revolucionarios para la época. Las tomas aéreas, los travellings o su concepción de la música en la gran pantalla llamaron poderosamente la atención de la aún exigua comunidad cinematográfica que asistía asombrada a un considerable avance en el sector. Era el cuarto film de Riefenstahl y el más recordado. El triunfo de la voluntad (1935) es considerado el paradigma del cine propagandístico.
 
 
 
Aquella película impulsada con brío por Hitler (Goebbels era su ministro de propaganda aunque debió de poner más de una traba a Riefenstahl) buscaba arengar al pueblo alemán. Con la astucia, algo pérfida, propia del político, el führer demandó a la cineasta una obra que se centrará en lo artístico en detrimento de lo explícito. Leni Riefenstahl lo explicó, más tarde, de esta manera: “Él quería un filme que mostrara el congreso desde un ojo no experto que seleccionara sólo lo que fuera artísticamente satisfactorio; en términos de espectáculo, supongo que se puede decir. Él quería un filme que movilizara, atrajera, impresionara a una audiencia que no estaba necesariamente interesada en la política”. Un visionario.
 
Aunque esta introducción parezca extensa y sin una conexión clara con uno de los estrenos del año, lo cierto es que la relación es directa. Alto exponente, hoy día, del cine palomitero y evasivo -cierto, el cine de superhéroes tiene su hondura pero hay una distancia con respecto a los cómics-, el Capitán América tiene sus raíces en épocas pretéritas. Tanto como las que nos retrotraen a los meses inmediatamente anteriores del inicio de la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. 1941. La propaganda que Hitler y Riefenstahl habían sublimado seis años antes se había propagado, desde la perspectiva opuesta, en distintos soportes también por Estados Unidos, sobre todo en cine pero también a través de la viñeta. Al contrario que sus oponentes alemanes -el contexto era ya bélico, además-, los yankees lanzaron proclamas mucho más directas. De hecho, la carga antinazi de estos primeros volúmenes del primer Capitán América realizados por Jack Kirby y Joe Simon era latente.
 

 
Todo este contexto nos lleva ya a terrenos puramente cinematográficos. Sin guerras –al menos de ese calado- en las que enzarzarse, el Capitán América del Siglo XXI es portador en la gran pantalla de un discurso algo ambiguo y rancio. El cómic ha proporcionado al personaje la oportunidad de reinventarse más de una vez en diferentes coyunturas sociopolíticas, sin embargo su traslación a la gran pantalla ha sido, aunque satisfactoria en el plano artístico, algo decepcionante en el ideológico. Algo de esperar, asimismo. Hollywood. El Capitán América es en cine la avanzadilla de una nación, USA, recipiente de los más altos valores. Y aunque el propio Capi cuestione en ocasiones el engranaje, es defensor, a veces rozando la mojigatería, de  la maquinaria.

 
 
 
EL ‘CAPI’, MARVEL STUDIOS, VIGALONDO…
 
Así, tras haber desembarcado en la televisión norteamericana en formato animado, algún que otro bodriete en forma de adaptación turca –dan para escribir un libro- como Capitán América y El Santo contra Spiderman (1973) y la cutrada de Albert Pyun del 90, por fin llegó en 2011 CapitánAmérica: el primer vengador. Joe Johnston confeccionó este film, para muchos de lo más completo de Marvel Studios. Parece que el máximo responsable de Cariño he encogido a los niños (1989) redefinió su maravillosa Rocketeer (1991) en esta nueva contienda entre yankees y nazis. Ahora son los hermanos Russo quienes toman las riendas de este buque insignia de Marvel. Pese a una experiencia reprobable que acota series de medio pelo Tú, yo y ahora... Dupreee (2006) y Bienvenidos a Collinwood (2002), la crítica, en general, ha ensalzado el trabajo.
 


 
Con Capitán América: el soldado de invierno, Marvel Studios arranca este 2014 y continúa la segunda fase de su megaproyecto que arrancó con Iron Man 3 (2013) y Thor: el mundo oscuro (2013). Guardianes de la galaxiaLos Vengadores 2: la era de Ultron cerrarán este trecho en 2014 y 2015. La tercera fase se arrancará con el hombre hormiga, Ant-Man y demás films todavía en fase de preproducción como las terceras partes de Thor, el propio Capitán América, una posible adaptación fílmica de Doctor Extraño… Diversos componentes de un cada día más amplio universo heroíco-cinematográfico al que pronto se unirá Nacho Vigalondo. El director cántabro hizo buenas migas en su día con el guionista de cómics Mark Millar (Kick Ass, Wanted), escritor muy personal y ya adaptado en USA, cuando se encontraba promocionando en Los Angéles su corto, candidato al Oscar, 7:35 de la mañana (2004). Eso unido la devoción por los cómics del cineasta le ha permitido asaltar Hollywood desde el flanco, que probablemente hubiera escogido. Vigalondo filmará Supercroocks, historia sobre unos supervillanos británicos retirados en la costa española que se disponen a realizar un último trabajo.
 
Así las cosas, Capitán América: el soldado de invierno será seguramente un film intenso, dinámico, con cierto trasfondo, los alicientes que componen Scarlett Johansson, de un fichaje estrella que aportará empaque -el de Robert Redford- y de la introducción de personajes del cómic como Falcon o el propio soldado de invierno. Probablemente destaque sobre los otros productos Marvel aunque su origen emane ese aire de condescendencia, seña identitaria de los yankees más retrógrados, cambiando ahora nazis por comunistas. Lo hará además desde una óptica artística, claro. Como propuso aquel visionario de la propaganda. Como hoy hacen tantos, la verdad.
 
 
 

viernes, 21 de marzo de 2014



JORDAN RESUCITA AL VAMPIRO

El irlandés Neil Jordan retoma el género terrorífico con 'Byzantium' leyendo, de paso, la cartilla a la subcategoría vampírica adolescente encumbrada por 'Crepúsculo'
 
 
 

No hace falta ser ningún Carlos Boyero para adelantar qué estrenos se llevarán la atención del público este fin de semana. Salvo catástrofe El gran hotel Budapest, de Wes Anderson, Non-Stop, el thriller aéreo del asentadísimo Jaume Collet-Serra y la ficción bisbaliana Tú y yo ocuparán el podio en este penúltimo fin de semana de marzo. Sin embargo, asoma con sensatez y paso firme un trabajo con multitud de credenciales que, lamentablemente, no garantizan longevidad en las salas.

Byzantium es el último trabajo de Neil Jordan que busca dignificar el pseudogénero protagonizado por vampiros con acné. El film tuvo una buena acogida en el pasado festival de Sitges -uno de los máximos referentes mundiales en cuanto a cine fantástico- y cuenta, además, con la presencia de una pareja femenina de gran atractivo. Gemma Arterton (Quantum of solace (2008) con un aura paternal que convive con su naturaleza de súcubo y la tierna Saoirse Ronan (El gran hotel Budapest, Hanna (2011), una de las actrices jóvenes con más prestigio del panorama. Sin embargo, el reclamo protagónico se convierte en anécdota al repasar la filmografía de uno de los directores más talentosos que ha parido Irlanda.


Surrealista a veces (Desayuno en Plutón (2005), otras sastre de corte clásico (El buen ladrón (2002), difusor de voces de denuncia contemporánea (Juego de lágrimas (1992) o que bucean en la historia reciente (Michael Collins (1996), siempre ha resaltado en su filmografía su devoción por el cine fantástico en general y de terror en particular. Muchos de los más grandes cineastas del momento mostraron su amor por este género aunque pocos han continuado el romance, es de suponer que por designios de la industria. Ahí están los ejemplos de James Cameron, que arrancó su filmografía con Piraña II (1981); Spielberg con El diablo sobre ruedas (1971); Coppola con su Dementia 13 (1963), en asociación con Roger Corman o Pedro Almodóvar -éste en los últimos tiempos-, al que se le ha comparado en más de una ocasión con el propio Jordan por sus personalísimos universos y que desató su vena más perversa en La piel que habito (2011), inspirada en el clásico del cine de terror de los sesenta Los ojos sin rostro (1960), de George Franju, aunque se trate de una adaptación de Tarántula, novela de Thierry Jonquet.


Neil Jordan inició su carrera con la aclamada En compañía de lobos (1984) pero, a diferencia de la mayoría de sus coetáneos (hay excepciones como el Drácula (1992) de Coppola) no ha abandonado este maravilloso género. Maravilloso siempre que se lea de manera correcta. Ya lo decía Alex de la Iglesia, referente del cine fantástico estatal: “No me gustan las películas de terror ‘dónde está Mary’, en las que aparece un adolescente buscando a su novia en una casa abandonada, a oscuras… De repente oye un ruido, se asusta y musita “¿Mary? No, es el gato”, y de repente se lo cargan”. Efectivamente Jordan ha sabido dotar a la práctica totalidad de sus obras y, por supuesto, a sus films de terror de una hondura apreciable. Si en En compañía de lobos el irlandés reinterpretaba el cuento de Caperucita Roja, en esta Byzantium asoman indicios de similar temática. Asimismo, el cineasta conjuga con maestría los rojos, vehículo cromático de la pasión, la sangre, el peligro, lo prohibido.

 
El responsable de Entrevista con el vampiro (1994) retoma esta senda vampírica adecuándola a la coyuntura. Tan antiguos como el propio medio -Melies ya rodó en 1896 Le manoir du diable (La mansión del diablo) sobre el tema-, el género de los chupasangres ha proporcionado al cine incunables como el Nosferatu (1922) de Murnau, moderneces como Blade (1998), reflexiones podría decirse que de autor como en Cronos (1993) o Déjame entrar (2008), evasiones de serie B como Blackula (1972), mitos como Christopher Lee o Bela Lugosi que hasta tiene un sello… Interminable vivero argumental, el malo por antonomasia de la historia del séptimo arte va hoy al instituto. La almibarada y culebrónica saga de Crepúsculo (si quieres ver el enlace búscalo tú) es el máximo exponente pero no hay que perder de vista buenas adecuaciones como el remake de Fright night (2011). Poquita cosa más. 
  

 

Chica Bond y la 'libre' y precoz Saoirse


Llama la atención también en el film la pareja protagonista. Gemma Arterton, chica Bond en Quantum of solace (2008), obtiene de manos de Jordan su papel más interesante en años, rol que parece desplegar con soltura. Nada que ver -en cuanto a su filmografía- con la imparable carrera de Saoirse Ronan. Saoirse, que significa libertad en gaélico, nació en el Bronx aunque se trasladó a Irlanda a los tres años. Hija del actor Paul Ronan, con tan sólo 19 añitos ya ha sido candidata como actriz de reparto a los Oscar, Bafta y Globos de Oro en 2008 por Expiación, más allá de la pasión. Dos años más tarde, la academia británica volvió a tenerla entre sus posibles triunfadoras por su interpretación en la cinta de Peter Jackson The lovely Bones (2009). Este excepcional arranque en su carrera le ha proporcionado ya protagonistas en producciones de esencia comercial como The host (2013) o Hanna (2011) e incluso en proyectos más personales como How I live now (2013) del versátil Kevin McDonald. La prueba de su innegable vigencia es su aparición también en El gran hotel Budapest, ganadora del Oso de Plata en la pasada Berlinale y aspirante a reventar taquillas desde hoy.

 

miércoles, 12 de marzo de 2014


ENTRE VAYASEMANITARRIETA Y ELOTROLADODELACAMARENA


'8 Apellidos vascos' se postula como una de las 'revientataquillas' del curso desde una propuesta que parece edulcorar la transgresión de los tiempos de Borja Cobeaga en 'Vaya semanita' para ensamblarla con la esencia 'cool' de 'El otro lado de la cama'
 

 


“¡Euskadi tiene un color especiaaaaal!”. La primera en la frente. Cuando, hace ya un tiempo, comenzaron a pulular los primeros rumores sobre un proyecto cómico que abordaría el ‘conflicto vasco’ o al menos que se ubicaría en este entorno, uno, ciego, vislumbraba una peli ácida. Más todavía, al conocer la implicación en el film de Borja Cobeaga y su compañero Diego San José. En ascuas aún, este viernes saldremos de dudas pero las promociones del último trabajo de Emilio Martínez-Lázaro (El otro lado de la cama (2002) insinúan un film bienintencionado en aras de rozar el beneplácito general y no lastimar susceptibilidad alguna. Comprensible.

Comprensible aunque algo desolador para el espectador sin prejuicios que veía en la temática un filón con tanto jugo. El propio tándem que guioniza la cinta, Cobeaga-San José, ya lo demostró en aquella época dorada de Vaya Semanita (2003-actualidad) con el Pelanas a la caza de txipironas o Joxepo perdiendo el bote. No obstante, hay que remarcar el sonoro fracaso en que se constituyó su traducción -catódica- estatal, Made in China (2005), cancelada en un suspiro por los regidores del ente público en otra práctica propia de entidades de carácter privado. La traslación de un humor tan local no es tarea fácil. Se entiende por lo tanto que esta primera toma de contacto desde una perspectiva cómica de la industria cinematográfica española con el entorno abertzale se haga con suma cautela por las diferentes posturas que lo rodean. De hecho, Borja Cobeaga viene anunciando desde 2010 su próximo proyecto: Fe de etarras. Este trabajo –para el que también se barajó el nombre de Etarriza como puedas- no ha fructificado y la identidad en la ficción de sus protagonistas, miembros de la banda, parece tener la culpa. La sociedad, en términos generales, no está preparada para una película así. O eso piensan los señores productores.
 
 

Por otra parte, hay que recordar que el ‘conflicto vasco’ en sí, ha sido llevado a la gran pantalla en múltiples ocasiones con resultados varios. Desde la Operación Ogro (1979) de Gillo Pontecorvo y musicada por Ennio Morricone sobre el atentado contra Carrero Blanco -tema que también trató Comando Txikia: muerte de un presidente (1976), con Paul Naschy, Juan Luis Galiardo y Toni Isbert- hasta la reciente Lobo (2004), pasando por La fuga de Segovia (1981) de Imanol Uribe, Sombras en una batalla (1993) de Mario Camus, Días contados (1994), Yoyes (2000) o La pelota vasca (2003). Desde un flanco diferente por género y más oscuro, Eloy de la Iglesia describió con rotundidad este entorno en El pico (1983) mientras que Aupa Etxebeste! (2005) ahondaba de un modo satírico en el costumbrismo vasco a través de la comedia y sin incidir en las aristas sociales modeladas por el ‘conflicto’.
 
 

Pero este contexto no debe ocultar que Clara Lago es una buena actriz con dotes para la comedia. Como un Karra Elejalde que, me da a mí, salvará la cinta en buena parte. O la aidística Carmen Machi. Y Dani Rovira pese a que se trata de su debut en el cine. No debería importar demasiado. El tránsito del club de monólogos al plató es práctica común en Estados Unidos donde el género cómico en el celuloide se ha nutrido de la stand-up comedy (monologuistas) en general y, en concreto, de Saturday Night Live (1975-actualidad). Como se mencionaba en un post anterior, el programa de la NBC ha sido cuna artística de iconos del género como Dan Aykroid, John Belushi, Chevy Chase, Eddie Murphy, Billy Cristal, Bill Murray, Martin Short, Adam Sandler, Tina Fey, Will Ferrell, Mike Myers… En la industria patria este paso se ve con naturalidad desde la irrupción en antena y posterior éxito de La hora chanante (2002-2005), sobre todo, y de El club de la comedia (1999-2005) con los Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Joaquín López o el mismo Dani Rovira que han iniciado este tránsito.


‘Oso de Oro’ Martínez

Más allá de condicionantes externos, aunque puedan haber coartado el film de manera interna, no hay que olvidar que 8 apellidos vascos viene firmada por Emilio Martínez-Lázaro, un buen director cuyo talento ha quedado patente en múltiples trabajos. Empezando por el segundo de ellos, Las palabras de Max (1979) por el que logró el Oso de Oro en Berlín. Postulados cinematográficos lejanos a los que defiende en esta comedia de apariencia intranscendente, pensarán muchos. Sin embargo, Martínez-Lázaro traslada coherencia mediante una filmografía que le ha ido colocando en proyectos de mayor envergadura pero en los que nunca ha frivolizado. Desde Lulú de noche (1985) hasta Las trece rosas (2004) pasando por Amo tu cama rica (1991) o Los peores años de nuestra vida (1994).

Así las cosas, 8 apellidos vascos se presenta como el primer paso en el camino de la comedia costumbrista vasca formulada por la industria española con los obstáculos que se le supone a este itinerario. Se entiende, desde esta perspectiva, un abaratamiento de la carga transgresora que tan bien viste este subgénero y que consiste, básicamente, en una autocrítica feroz. Como hace Woody Allen o la nueva comedia americana con el innombrable Tío Sam, Edgar Wright con los refinados británicos, Mamet o Bogdanovic con su oficio, Wilder o los Monty Python con sus propias nacionalidades, religiones, clases… Y también las ajenas. Aunque ellos ya hayan trazado buena parte de este recorrido. Todo llegará.
 
 

viernes, 7 de marzo de 2014


FÚTBOL, ESPARTANOS Y ADAPTACIONES ‘CONTRA NATURA’


‘300: Los orígenes de un imperio’ se estrena pese a no haber acabado Frank Miller el cómic en el que se basa y tras la campaña ‘deportivocinematográfica’ impulsada por Enrique Cerezo
 

 

Muchos ya sabrán desde hace semanas del estreno de 300: El origen de un imperio que hoy tiene lugar. Lo sabrán gracias a la alargada sombra de Enrique Cerezo. El presidente que ha descabalgado al Atlético de Madrid de la senda de la pupa, para quien no lo sepa, es uno de los hombres más poderosos del cine español. Comenzó allá por el 71 como ayudante de cámara en la icónica y landista Vente a Alemania Pepe y ahora preside Mercury films, Enrique Cerezo Producciones -que distribuye esta película- y la EGEDA, agrupación que reúne a varios de los más importantes productores españoles y latinoamericanos, hasta donde uno conoce.

Por supuesto, Cerezo no ha soltado un duro en esta producción pero sí se ha ocupado de la labor distributiva como se mencionaba anteriormente y, por ello, hace unas semanas vimos a medio Atlético de Madrid -y unos cuantos jugadores merengues también- acudir a su preestreno. Su clasificación genérica, el espacio que ya ha ocupado en el tiempo deportivo de muchos informativos y los nexos de su predecesora (300 (2006) con la selección española de fútbol que acogieron sus proclamas en la celebración de la Eurocopa de 2008 pueden espantar a muchos aficionados al cine aunque la realidad parezca ser bien distinta.




300: El origen de un imperio se estrena hoy con buenas referencias críticas tras haber sufrido un par de bandazos en lo que era su proyecto original, de ahí su tardía factura, ocho años después de la exitosa cinta de Zach Snyder. Se cayó un Gerard Butler que ha perdido bastante resplandor desde su ascensión al olimpo hollywoodiense que le regaló su interpretación de Leónidas. Y más tarde fue el propio Snyder quien rehusó dirigir la cinta por incompatibilidad con un proyecto de campanillas como fue El hombre de acero (2013) y que, además, ha configurado el comienzo de una grandilocuente fase-saga, similar a las llevadas a cabo por Marvel Studios, de la mano de DC que continuará con Batman vs. Superman (2016).




No obstante, la prueba de la implicación de Snyder en el film -lo que ya supone una garantía más que válida- la encontramos en la producción que asume, junto a Legendary Pictures, Cruel and Inusual films, productora que pertenece al propio Snyder y su mujer  Deborah. Cruel and Inusual Films, asociada con Warner Bros, ha auspiciado las cinco primeras cintas del director pero esta es la primera ocasión en la que el cineasta de Wisconsin no se pone tras la cámara. Lo hará un semidesconocido Noam Murro que sólo había firmado hasta la fecha Gente inteligente (2008). Anteriormente se había tanteado a Guy Ritchie y Jaume Collet-Serra, a priori, con un perfil mucho más ad hoc. Con todo, cabe apuntar que el director israelí rechazó la última entrega de La jungla de cristal -La jungla: Un buen día para morir (2013)- para hacerse con este proyecto por la confianza que le mostró el propio Snyder.

Así, 300: El origen de un imperio se presenta como una cinta huérfana de grandes nombres pero respaldada por buenas críticas y por este pequeño anecdotario en su desarrollo que la hacen, cuando menos, atractiva. El electrónico y enérgico Junkie XL se ha encargado de sonorizar esta nueva avalancha de impactantes imágenes rodadas con exceso de croma o green screen que busca acercar a los más jóvenes relatos épicos o hasta mitológicos como los filmados en la Furia de titanes (1981) original, Ulises (1954) -primer trabajo, aunque no se acredite, del padre del Giallo Mario Bava- o la propia antecesora de esta mini-saga: El león de Esparta o The 300 spartans (1962), muy superiores a tostones contemporáneos como Troya o Alejandro Magno, ambas de 2004. Con un director y un reparto desconocidos, la película apuesta por nuevas caras. Repite el modelo-actor brasileño Rodrigo Santoro en su rol más conocido: el de Gerges. Protagoniza el australiano Sullivan Stapleton (al que sólo hemos podido ver en secundarios como su papel de Animal Kingdom (2010) y le acompaña Eva Green, de quien nos habíamos olvidado tras su debut en Soñadores (2003), de Bertolucci, y su papel como chica Bond en Casino Royale (2006), pese a su comparecencia desde entonces en buenas cintas como Franklyn (2008) o Perfect Sense (2011). Green ha debido convencer al entorno de Frank Miller (autor, para quien lo desconozca, del cómic de 300, en el que se basa esta pequeña saga) que ya la ha reclutado para la segunda parte de Sin city (2005), Sin City: Una dama por la que matar (2014), donde se podrá resarcir de esta ausencia de estrellas mientras se arrima a los Josh Brolin, Rosario Dawson, Joseph Gordon-Levitt, Ray Liotta, Mike Madsen…




Y es que nadie rechaza, hoy día, la llamada de este gurú de la novela gráfica, sin duda, una de los máximos responsables de su definitivo triunfo en la gran pantalla. Ni siquiera ha debido acabar su obra, titulada Xerxes o Gerges, para trabajar en su adaptación cinematográfica como ya ocurrió con Lionel Wigram y su moderno Sherlock Holmes, traducido al celuloide con éxito por el anteriormente citado Guy Ritchie. Poco le ha importado a una industria que parece ver en esta 300: Los orígenes de un imperio, una cinta menor dentro de su nuevo catálogo de adaptaciones de la viñeta pero de la que seguramente espera unos cuantiosos réditos por su antecesora, por la firma Miller y, en nuestro ámbito más cercano, por el impagable impulso futbolero que ya ha recibido.