jueves, 26 de junio de 2014


IT’S ONLY MOVIES BUT I LIKE IT!!!

¿Cine o rock? ¿Por qué elegir? Tras una tormentosa, épica y hasta peliculera decimotercera edición del ARF, ahí va un breve repaso a la relación de la música del averno con el séptimo arte


El fin de semana pasado tuvo lugar uno de los festivales de rock más auténticos de los que sonorizan nuestro entorno. El Azkena Rock Festival celebró su decimotercera edición con las trabas que se le suponen a la cifra maldita. Sin embargo, ni granizo, ni tormentas eléctricas ni lluvias interminables y torrenciales derribaron la fe de los azkeneros presentes un año más en las campas de Mendizabala.

 


El ARF quiso hacer plausible su parentesco con el séptimo arte en su celebrada (valga la redundancia) décima edición, allá por 2011, cuando varios actores recorrieron el recinto ataviados con las llamativas caracterizaciones que vistieron a los personajes de The Rocky Horror Picture Show (1975). En otro guiño de lo más peliculero, se instaló una carpa para celebrar bodas al estilo Las Vegas, donde el actor Iñigo Salinero ‘Txaflas’ (Vaya Semanita) oficiaba las ceremonias. Otros actores con vis musical, o viceversa, han pisado las tablas del ARF como Chris Isaack, Juliette Lewis o Alice Cooper y han comentado en entrevistas previas realizadas por un servidor su aprecio a ambos lenguajes (http://www.foroazkenarock.com/t9098-entrevista-alice-y-nuevo-show-in-spain-confirmado, http://www.noticiasdealava.com/especiales/34-festival-de-jazz-de-vitoria-gasteiz/estoy-seguro-de-que-algun-dia-se-iran-todas-las-mujeres-que-conozco-pero-aun-tendre-mi-guitarra?l=comentado&n=10&v=basica&t=general&m= ).

Sin habérselo propuesto, este 2014 el ARF se ha constituido en una cinta de aventuras con final feliz en la que no han faltado obstáculos y giros argumentales y donde los secundarios han destacado por encima de unos protagonistas, quizás, demasiado acomodados. Uno puede establecer paralelismos con lo que le venga en gana, basta con buscar un par de puntos comunes y echarle verbo. Sin embargo, es incuestionable que los devenires de cine y música han transitado, a menudo, paralelos o hasta de la mano. Existen largometrajes en los que el pentagrama se ha incrustado en el guión desplazando un tanto su esencia fílmica como las óperas rock. De entre ellas es ineludible destacar la surrealista The Wall (1982), basada en el álbum homónimo de Pink Floyd y escrita por Roger Waters, aunque hay referencias más actuales –no se trata de un género prolífico en absoluto- como la divertida Tenacious D: dando la nota (2006) con el protagonismo del irreverente Jack Black.

 

 

También caben en ese ámbito que le concede una relevancia prácticamente absoluta a la música, trabajos como los llevados a cabo por Scorsese sobre la quintaesencia del rock que presidió el siglo XX con formaciones como The band -El último Vals (1978)-, los Rolling Stones -Shine a Light (2008)- o Bob Dylan –No direction home (2005)- sin olvidar sus cintas documentales sobre el blues en los que recibió el apoyo de cineastas mayúsculos como Clint Eastwood o Wim Wenders. No conviene olvidarse de trabajos incluso más personales como el This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner o Year of the horse (1997) donde Jim Jarmusch se metía hasta las entrañas de la gira de Neil Young. Todas ellas grandes cintas aunque destinadas a un público concreto. Una minoría.
 

EL CINE PREVALECE

Sin embargo, el cine ha parido varias obras para el recuerdo en las que la música ha sabido adaptarse a la perfección al medio que, en aquella ocasión, llevaba la batuta. Desde biopics como la magnífica The Doors (1991), con un Oliver Stone en pleno apogeo creativo y un Val Kilmer en una de las mejores interpretaciones de su carrera, hasta relatos de un movimiento musical como el que compusieron bandas como Joy Division, New Order o Happy Mondays en la Inglaterra de finales de los setenta y que  refleja con maestría Michael Winterbottom en 24 hour party people (2002).
 
 

Películas más amables como The Commitments (1991) en las que el soul convive con un moderado alegato proletario han edificado esta simbiosis artística. “Los irlandeses somos los negros de Europa”, apunta uno de sus personajes. Diarios de un groupie aspirante a redactor de la Rolling Stone en la entrañable Casi famosos (2000), la igualmente cálida School of rock (2003); adorables borregos como los jóvenes Steve Buscemi, Adam Sandler y Brendan Frazer en Cabezas huecas (1994); adolescentes capaces de absolutamente todo por conseguir una entrada para ver a Kiss en la alocada Cero en conducta (1999)…

Todo ello sin olvidar las cintas que han popularizado o creado directamente himnos para la posteridad como el You could be mine de Terminator II (1991) o el Lust for life de Trainspotting (1996). Y sin dejar de lado tampoco bandas sonoras redondas -algunas exceden el rock- como las de Ciudad de Dios (2002), la tarantinianamente negra -mal que le pese a Spike Lee- de Jackie Brown (1997) o el tremendo trabajo de RZA para Jim Jarmusch en Ghost Dog (1999) donde el hip hop sobresale. Todas grandes películas con el aderezo musical adecuado para soportar los sudores fríos causados por la abstinencia del ARF. Aunque quede aún mucho verano y mucho rock and roll.