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¿Cine o rock? ¿Por qué elegir? Tras una
tormentosa, épica y hasta peliculera decimotercera edición del ARF, ahí va un
breve repaso a la relación de la música del averno con el séptimo arte
El fin de semana pasado tuvo lugar uno de los festivales de
rock más auténticos de los que sonorizan nuestro entorno. El Azkena
Rock Festival celebró su decimotercera edición con las trabas que se le suponen
a la cifra maldita. Sin embargo, ni granizo, ni tormentas eléctricas ni lluvias
interminables y torrenciales derribaron la fe de los azkeneros presentes un año
más en las campas de Mendizabala.
El ARF quiso hacer plausible su parentesco con el séptimo
arte en su celebrada (valga la redundancia) décima edición, allá por 2011,
cuando varios actores recorrieron el recinto ataviados con las llamativas
caracterizaciones que vistieron a los personajes de The Rocky Horror Picture Show (1975). En otro guiño de lo más peliculero, se instaló una carpa para celebrar
bodas al estilo Las Vegas, donde el actor Iñigo Salinero ‘Txaflas’ (Vaya Semanita) oficiaba las ceremonias. Otros actores con vis musical, o
viceversa, han pisado las tablas del ARF como Chris Isaack, Juliette Lewis o
Alice Cooper y han comentado en entrevistas previas realizadas por un servidor
su aprecio a ambos lenguajes (http://www.foroazkenarock.com/t9098-entrevista-alice-y-nuevo-show-in-spain-confirmado,
http://www.noticiasdealava.com/especiales/34-festival-de-jazz-de-vitoria-gasteiz/estoy-seguro-de-que-algun-dia-se-iran-todas-las-mujeres-que-conozco-pero-aun-tendre-mi-guitarra?l=comentado&n=10&v=basica&t=general&m=
).
Sin habérselo propuesto, este 2014 el ARF se ha constituido
en una cinta de aventuras con final feliz en la que no han faltado obstáculos y
giros argumentales y donde los secundarios han destacado por encima de unos
protagonistas, quizás, demasiado acomodados. Uno puede establecer paralelismos
con lo que le venga en gana, basta con buscar un par de puntos comunes y
echarle verbo. Sin embargo, es incuestionable que los devenires de cine y
música han transitado, a menudo, paralelos o hasta de la mano. Existen
largometrajes en los que el pentagrama se ha incrustado en el guión desplazando
un tanto su esencia fílmica como las óperas rock. De entre ellas es ineludible
destacar la surrealista The Wall (1982), basada en el álbum homónimo de Pink Floyd y escrita por Roger Waters, aunque hay referencias
más actuales –no se trata de un género prolífico en absoluto- como la divertida
Tenacious D: dando la nota (2006) con el protagonismo del irreverente Jack
Black.
También caben en ese ámbito que le concede una relevancia
prácticamente absoluta a la música, trabajos como los llevados a cabo por
Scorsese sobre la quintaesencia del rock que presidió el siglo XX con
formaciones como The band -El último Vals (1978)-, los Rolling Stones -Shine a Light (2008)- o Bob Dylan –No direction home (2005)- sin olvidar sus cintas documentales
sobre el blues en los que recibió el apoyo de cineastas mayúsculos como Clint
Eastwood o Wim Wenders. No conviene olvidarse de trabajos incluso más personales
como el This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner o Year of the horse (1997)
donde Jim Jarmusch se metía hasta las entrañas de la gira de Neil Young. Todas
ellas grandes cintas aunque destinadas a un público concreto. Una minoría.
EL CINE PREVALECE
Sin embargo, el cine ha parido varias obras para el recuerdo
en las que la música ha sabido adaptarse a la perfección al medio que, en
aquella ocasión, llevaba la batuta. Desde biopics como la magnífica The Doors
(1991), con un Oliver Stone en pleno apogeo creativo y un Val Kilmer en una de
las mejores interpretaciones de su carrera, hasta relatos de un movimiento
musical como el que compusieron bandas como Joy Division, New Order o Happy
Mondays en la Inglaterra de finales de los setenta y que refleja con maestría Michael Winterbottom en
24 hour party people (2002).
Películas más amables como The Commitments (1991) en las que
el soul convive con un moderado alegato proletario han edificado esta simbiosis artística.
“Los irlandeses somos los negros de Europa”, apunta uno de sus personajes. Diarios
de un groupie aspirante a redactor de la Rolling Stone en la entrañable Casi famosos (2000), la igualmente cálida School of rock (2003); adorables borregos
como los jóvenes Steve Buscemi, Adam Sandler y Brendan Frazer en Cabezas huecas
(1994); adolescentes capaces de absolutamente todo por conseguir una entrada para ver a Kiss en la alocada Cero en conducta (1999)…
Todo ello sin olvidar las cintas que han popularizado o
creado directamente himnos para la posteridad como el You could be mine de
Terminator II (1991) o el Lust for life de Trainspotting (1996). Y sin dejar de
lado tampoco bandas sonoras redondas -algunas exceden el rock- como las de
Ciudad de Dios (2002), la tarantinianamente
negra -mal que le pese a Spike Lee- de Jackie Brown (1997) o el tremendo trabajo de
RZA para Jim Jarmusch en Ghost Dog (1999) donde el hip hop sobresale. Todas grandes películas con el aderezo musical adecuado para soportar los sudores fríos causados por la abstinencia del ARF. Aunque quede aún mucho verano y mucho rock and roll.
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