jueves, 4 de septiembre de 2014


ARENA EN EL REPRODUCTOR

Como en el amor veraniego, la época estival demanda un cine intenso y efímero, de luminoso recuerdo. Cintas como 'Este muerto está muy vivo', 'Juerga tropical', 'Los Goonies' o 'Tiburón' cimentan este pseudogénero

 


Playas infestadas de bronceados fugaces y temerarios, terrazas plagadas de cocktails con sombrillita, tardes encerrados en casa hasta el anochecer para evitar temperaturas abrasadoras, ciudades desiertas, visitas eternas a familiares muy lejanos. Tal y como muchos suscribirán, existen lecturas más apropiadas para el día. Otras lo son para la noche. El cine cumple también esta norma no escrita aunque, en opinión propia, las estaciones inciden con mayor pujanza en la elección del film de turno. Teorías particulares pero con sólidos cimientos.

Cimientos que han ido conformándose a lo largo de la historia del séptimo arte y que tienen, al menos para las generaciones más jóvenes, su origen en tiempos relativamente recientes. Las grandes producciones no son, según esta hipótesis cinematográficoestival, para el verano -regla cada día más difusa- y las majors actúan en consecuencia. Aunque el cinéfilo más avezado disfrute con naturalidad de una velada veraniega al calor de proyecciones como las de la muy veraniega Vacaciones en Roma (1953), Sed de mal (1958) o Casablanca (1942).


Califico -así de tajante- como cine estival los films de estética playera, aire juerguista y pretensiones, normalmente, incapaces. Cintas adolescentes como Juerga tropical (1987) o comedias delirantes como Este muerto está muy vivo (1989), en la que el difunto Bernie adquiere un protagonismo inesperado y genial, son avituallamientos imprescindibles en este recorrido. Desde esta perspectiva podemos denominar estas necesidades cinematográficas como de consumo rápido y ubicarlas en un punto cercano al cine juvenil.

Más allá de clásicos de este pseudogénero como Los Goonies (1985), Gremlins (1984) o Regreso al futuro (1985) con sus respectivas secuelas -universales en su concepción estacional por su grandeza y continuidad del clásico-, varios films han coronado aburridas tardes veraniegas desde sus anhelos intrascendentes, sus enfoques coloristas y su trascendencia efímera. Exploradores (1985) del imaginativo Joe Dante es una de ellas. Cineasta apegado al terror en sus inicios con referentes como Piraña (1978), Dante fue el director de los propios Gremlins o de otras cintas que introducían al público imberbe los códigos del terror o el cine fantástico bajo una capa de sirope como en la imaginativa El chip prodigioso (1987).



Tom Cruise protagonizo éxitos en este sentido como Top gun (1986) o Risky business (1983). Se encontraba en su amanecer interpretativo donde participó de películas altamente interesantes en mi opinión. En una tesitura similar, más acusada aún, considero magistral -dejémoslo en muy divertida que es de lo que se trata en la mayoría de las ocasiones en lo que respecta al tono de este periplo- la primera etapa de otro ilustre del séptimo arte, Tom Hanks. Se trata de un parecer difícilmente defendible ante gurús del asunto, pero confieso que prefiero Despedida de soltero (1984), Socios y sabuesos (1989), Dos sabuesos despistados (1987), Esta casa es una ruina (1986), No matarás... al vecino (1989) o Big (1988) antes que Philadelphia (1993), Naúfrago (2000), Forrest Gump (1994), Apollo XIII (1995).


 

La playa no falla

Exacto. El axioma que encierra esta astuta rima es una de las leyes primeras de este género imaginario. Lo demostró Spielberg en Tiburón (1975) o más recientemente Kathryn Bigelow con Le llaman Bodhi (1991). Danny Boyle sublimaría esta prerrogativa de género en el 2000 en La playa de Di Caprio. Todas ellas cintas que consiguieron transigir la liviandad veraniega descartando el intelectualismo para instalarse en una adecuado término medio. Por supuesto, no todas las referencias a este respecto esconden arena en los bolsillos necesariamente. Terror como en Sé lo que hicisteis el último verano (1997), dramas con una significativa relevancia paisajística como en la Belleza robada (1996) de Bertolucci con la inexperta Liv Tyler o comedias como la tronchante Top Secret (1984) son buenos ejemplos de un cine fresquito, pasajero pero honorable, de fácil digestión. Como un romance estival o la cerveza helada de media tarde. Como el mismo verano.