viernes, 23 de mayo de 2014


ATREZZO MINISTERIAL

La cinta italiana 'Viva la libertà' devuelve a la palestra el cine político, asiduamente encubridor de otros géneros que lo complementan


 

Recortes y más recortes. Mensajes de optimismo que rayan la insolencia. Incrementos absurdos del IVA. Debates monologuizados. ‘Ruedas de prensa’ por televisión. Promesas electorales ignoradas con olimpismo. Cabezas visibles de partidos que huyen de la policía a todo gas. Tramas de financiación ilegal que afectan a la totalidad estamental del partido gobernante. Hasta asesinatos.

Así es. El panorama político que divisamos -por suerte, lo tenemos lejos la mayoría- contiene elementos más que de sobra para construir la peli que uno quiera. Thriller, comedia, drama, terror… Cualquier género tiene recorrido en los aledaños del  Palacio de las Cortes. Sin embargo y pese a la acuciante necesidad de ingreso para las arcas estatales, los jerifaltes de la industria cinematográfica española no se atreven aún con temas espinosos como la política. Ni de lejos. Buena muestra de la mojigatería imperante en el sector es el boom protagonizado por una comedia tan blanca como 8 apellidos vascos. Asomar la patita con timidez por la puerta de la irreverencia política y social les ha otorgado réditos impensables. Pero, de momento, el siguiente paso será también tímido amén de algún que otro proyecto como El negociador o El problema número uno (todavía no se ha decidido su título) que relatará, de la mano de Borja Cobeaga y en clave de humor, las negociaciones de Eguiguren con una cúpula de ETA representada por Thierry y Josu Ternera en Ginebra y Oslo. Cinta para la que ha encontrado financiación aunque no así para Fe etarras o Etarriza como puedas, cuyo borrador es considerado demasiado atrevido por los productores.


Sin embargo, países del mundo desarrollado, de esa primera división en la que estaba España antes de la debacle financiera como aseveraba Aznar, permiten y jalean la dramatización de sus miserias políticas y aceptan las consecuencias. Son países donde la gente dimite cuando la caga. Incluso Italia, la Italia postberlusconi, ridiculiza, como se ocupa de recordar la cartelera este viernes, a su clase dirigente. Viva la libertà es una rara avis en este contexto, tampoco conviene engañarse. Normalmente el género político no lo es tal. Se trata, con asiduidad, de obras de otros géneros que utilizan la política como telón de fondo como sucede en El último testigo o The Paralax view -hay tropecientos Últimos testigos- (1974), Todos los hombres del presidente (1976) -ambas de Alan J. Pakula-, La chinoise (1967) de Godard, Z. (1969) de Costa-Gavras  Agenda oculta (1990) de Ken Loach, etcétera. Todos directores altamente considerados que no lo eran tanto en aquellos tiempos.


Pero no son tantas las que se inmiscuyen con temeridad en los vericuetos políticos. Pocas critican sin complejos y desde dentro el asunto de turno. Normalmente esto es un suicidio prematuro en el proyecto. Sin embargo, refrescantes excepciones como la reciente y descacharrante In the loop (2009) o programas televisivos de éxito (Vaya semanita, Polonia) revelan la aceptación del público. Quizá no tanto de una clase imperante y mecenas, demasiado cercana a la política. Parece ser que esta Viva la libertà no inquiere como espera el espectador con inquietudes políticas más afiladas. No será Teléfono rojo (1964). Su planteamiento se acerca más al las premisas argumentales de Rafi, un rey de peso o El príncipe de Zamunda, paradigmas comerciales de la comedia de situación en el celuloide dentro de este marco político: el hermano gemelo bipolar del líder de la oposición le sustituirá por una concatenación de circunstancias. Sin embargo, la cinta italiana parece tomarse a sí misma algo más en serio.

 
Con todo, aquí todavía queda mucho para que veamos algo similar. Si 8 apellidos vascos, dentro de su carácter dócil, se ha constituido en un alentador primer paso para fomentar el debate político estatal en el séptimo arte, esperemos que cintas como esta Viva la libertà hagan similar labor desde el ámbito europeo.

jueves, 15 de mayo de 2014


 


TAMBIÉN TRAMPOSA

 'True detective' se desinfla en su desenlace en un mal común dentro de su formato aunque destaca a través de la dupla McCounaghey-Harrelson




En mi vida. Siempre me habían dado cosica las series en general. Más allá de las sitcom o de algunas con una continuidad relativa en la que se puede disfrutar de capítulos aislados nunca había seguido una serie con la única excepción del Sherlock de la BBC que, en realidad, se emitió en formato tv movie con temporadas de tan sólo tres capítulos. Y es que ésa es la primera de las pegas que le achaco a este formato y aquí va un alegato más que poco popular en lo catódico.
  
Asiduamente las series abren con festividad y despreocupación varias líneas argumentales que, parece, van a desembocar en una catarsis narrativa antológica. Asiduamente esas líneas argumentales se remachan burdamente en desenlaces decepcionantes. Es como si uno saliera del cine en mitad de Indiana Jones IV y dijera: “Pues no está mal”. El incauto desconoce el surrealista tercer acto que se avecina. Las series son, además y también asiduamente, productos por lo general de menor presupuesto y mayor metraje que un largo por lo que su calidad se resiente en apartados, para mí, trascendentales como la dirección artística, la fotografía… Son, a menudo, dirigidas por varios cineastas por lo que suelen carecer de consistencia estilística, los actores que las interpretan suelen ser peores… Y, para finalizar, creo que su narrativa capítulo a capítulo es tramposa, siempre en un tímido in crescendo hasta alcanzar el clímax en el final del episodio para dejar suelta una, si no más, incógnitas de cara a la siguiente entrega.

 
Por todo ello siempre he pensado que antes que una serie es preferible indagar en el vasto universo cinematográfico y meterte una buena ración de pelis. Más honestas, en mi opinión. Dicho esto, expuestos mis argumentos, reconozco que mi resistencia terminó el pasado fin de semana. Inquirido con frecuencia por mis conocidos, familiares y amigos; seguidores de Los Soprano, The Wire, Treme, Boardwalk Empire, etcétera, decidí que mi opinión debía tener algo de rigor y, en consecuencia, ver una serie. True detective. Lo hice porque me atraía sobremanera. El género, uno de mis favoritos, dos actores buenos, un contexto atractivo, críticas favorables, una temporada de ocho capítulos y autoconclusiva…

Bien. El sabor de boca que me ha dejado esta supuesta obra maestra de la televisión -según unos críticos que, en su mayoría, recularon, en el tramo final de la serie, cómo no- ha sido el esperado. No me ha sorprendido descubrir los errores que atisbaba y que, intuyo, se repiten con frecuencia en estos productos. Sin embargo, he de reconocer que la serie describe con maestría las personalidades y la relación de dos caracteres tan antagónicos como similares. Complejos e inquietantes. Por seguir con este rollo antiseries, creo que con tanto metraje indagar en los perfiles de los personajes es prácticamente obligatorio aunque también reconozco que los semblantes de Cohle y Hart están dibujados con atrevimiento, ingenio y coherencia. Sobre todo la de un Rust Cohle metafísico relatando el caso Lone Star tras Lone Star. Y es que lo de Mathew MacCounaughey últimamente es acojonante. Quién te ha visto y quién te ve.


True detective es, realmente, un producto por encima del cine en términos generales, si nos evadimos de los inconvenientes seriales que he descrito anteriormente. Es decir, a lo largo de sus ocho capítulos, la serie va incrementando la tensión y la intriga con varias líneas argumentales pertenecientes a una trama única mientras se adentra en los universos de Cohle y Hart y, de paso, contenta al público medio con subtramas personales. Pero, cuando llega la hora de levantar las cartas, el castillo de naipes se viene abajo.

 

'SPOILER TIME'

Lo decepcionante de True detective es, insisto, un desenlace incomprensiblemente simple. Incomprensible porque entiendo que en series como Perdidos, que se alargan de manera artificial por designios de la audiencia, los finales sean abruptos y desconcertantes. Pero en una serie de ocho capítulos rodados con anterioridad a su emisión… No entiendo. Los seguidores de la serie se preguntarán porque Cohle y Hart zanjan una investigación de 17 años bajándose a un redneck pirado. Y ésa es otra. Una serie tan personal y atípica no podía tener un malo más común. ¿Qué ha pasado con los Tuttle joder? Realmente el pirado de las cicatrices no era más que el colgado master dentro de la serie de rituales vudú que, parecía, iban, al ser destapados, hacer tambalear los cimientos políticos de Louisiana. Tampoco me quedaron muy claras las inquietantes alusiones al Rey amarillo, el compendio de  relatos de terror de Robert W. Chambers que ha batido récords de ventas tras su mención en la serie, y Carcosa.


Así que, en contra de la opinión popular, sigo prefiriendo el cine. Vale, de las casi ocho horas de metraje de True detective, seis o siete son hipnóticas pero es que ahí está el truco. Dejando a un lado el capítulo inicial que, creo, peca de un arranque poco esclarecedor y el mencionado y fraudulento desenlace, la serie es más que disfrutable. Es buena. Pero el quid de la cuestión es que patina en los mismos charcos que todas según tengo entendido y desde mi ignorancia en el tema. Es decir, es tramposa como las series en general. Probaremos con otra. En el futuro. Tras muchas pelis.